lunes, 12 de julio de 2010


Nos ha costado años aceptar que debíamos cuidar el cuerpo. Quiero decir que ahora estamos casi todos convencidos de que la salud requiere que practiquemos ejercicio físico. «En realidad, ¿sabes lo que te digo? –me dijo un gran nutricionista de la Universidad de Boston hace unos diez años, lo único que sabemos con seguridad es que un poco de ejercicio diario es buenísimo para la salud.»


En honor a la verdad debo decir que está calando en la mente popular una segunda premisa que la ciencia ha podido comprobar también en los laboratorios: la salud física requiere cuidar la dieta. Afortunadamente, hoy es una convicción generalizada que no se puede andar por la vida despreocupándose de la dieta. La condición física adecuada requiere las dos cosas: hacer ejercicio físico y mantener una dieta equilibrada.


No me extraña en absoluto que cuando ahora, casi de repente, les digo a mis amigos y conocidos que «está muy bien velar por la salud física, pero que deben dotarse del tiempo y los instrumentos necesarios para velar por la salud mental», me miren, asombrados, preguntándose si he perdido la razón. ¿Cómo se mide la salud mental? Y, sobre todo, ¿cómo se practica?


Pues bien, tanto si les gusta como si no les gusta a mis lectores, les puedo vaticinar sin temor a equivocarme que dentro de muy pocos años dispondrán de más utensilios para medir la capacidad cognitiva o la memoria que hay ahora para la actividad física, como las pesas con las que ejercitamos los músculos: consolas para medir la flexibilidad volitiva, programas especiales de ordenador para estimular la salud mental, artefactos automatizados para identificar los colores con precisión y claves para resolver el diseño de representaciones de escenarios repletos de personajes; es decir, formas de comprobar las componentes básicas de la inteligencia.


Es fascinante la cantidad de dogmas inservibles que hemos heredado. Hasta ayer mismo se fruncía el ceño frente a los tipos bien musculazos y dotados para hacer deporte. Movimientos literarios como el existencialismo nos habían vendido la idea de que para ser innovador o creativo en literatura había que sufrir y encajar como mínimo una cierta tristeza, cuando no la desesperación rayana en el suicidio. La ciencia está demostrando que esta idea es falsa. Doblemente falsa.


En primer lugar, hemos podido demostrar en los laboratorios que por término medio la salud física va pareja con la salud mental. El cerebrito de las ratas –de unos gramos apenas se beneficia de la actividad física del resto del cuerpo. La ratita que ejercita su cuerpo con una simple rueda giratoria durante un par de horas diarias tiene mejor memoria y envejece más lentamente que la sedentaria.


En segundo lugar, ya casi nadie cuestiona la transferencia de una mejora determinada, como los ejercicios de memoria, al resto de las actividades. En otras palabras, habíamos considerado –porque no se había podido demostrar lo contrario que la mejora de la memoria estimulada por la solución de crucigramas, por ejemplo, no afectaba para nada a las demás actividades mentales del organismo humano; podíamos conseguir mejor memoria o mayor capacidad cognitiva, pero sin que esta mejora se transfiriera al resto de la mente. Pues resulta que tampoco es verdad. Empezamos a tener pruebas de que podremos transferir lo ganado en un aspecto de la salud mental al resto de las actividades, como la gestión de los instintos o el grado de altruismo.


Por favor, no frunzan el ceño y alégrense conmigo de que, por primera vez en la historia de la evolución, sepamos ocuparnos del sosiego de la tercera edad, de lidiar con las tormentas hormonales de la juventud o de nuestras mentes desmemoriadas.

Eduardo Punset

sábado, 17 de abril de 2010



Muchos expertos consideran a la salud mental como un continuum, es decir, que la salud mental de un individuo puede tener diferentes y múltiples valores. El bienestar mental, por ejemplo, es visto como aquel atributo positivo por el que una persona puede alcanzar los niveles correspondientes de salud mental que resultan en la capacidad de vivir en plenitud y con creatividad, además de poseer una evidente flexibilidad que le permite afrontar dificultades, fracasos y los retos inevitables que plantea la vida. Muchos sistemas terapéuticos y libros de auto-ayuda ofrecen métodos, filosofías, estrategias y técnicas con el fin de estimular el desarrollo del bienestar mental en personas sanas. La psicología positiva tiene un gran campo en esta materia. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, la salud mental puede definirse de la siguiente manera:

"La salud mental ha sido definida de múltiples formas por estudiosos de diferentes culturas. Los conceptos de salud mental incluyen el bienestar subjetivo, la autosuficiencia perseguida, la autonomía, la competitividad, la dependencia intergeneracional y la autoactualización del propio intelecto y potencial emocional, entre otros. Desde una perspectiva cultural, es casi imposible definir la salud mental de manera comprensible. Sin embargo, algunas veces se utiliza una definición amplia y los profesionales generalmente están de acuerdo en decir que la salud mental es un concepto más complejo que decir simplemente que se trata de la carencia de un desorden mental"1

Dice además la OMS que el aspecto de la salud mental es una materia de vital importancia en todo el mundo pues tiene que ver con el bienestar de la persona, de las sociedades y de las naciones y que sólo una pequeña minoría de los 450 millones de personas que sufren de desórdenes mentales o del comportamiento reciben en efecto un tratamiento. Concluye la organización que los desórdenes mentales son producto de una compleja interacción entre factores biológicos, psicológicos y sociales.2

El tema de la salud mental, además, no concierne sólo a los aspectos de atención posterior al surgimiento de desordenes mentales evidentes, sino que corresponde además al terreno de la prevención de los mismos con la promoción de un ambiente socio-cultural determinado por aspectos como la autoestima, las relaciones interpersonales y otros elementos que deben venir ya desde la educación más primaria de la niñez y de la juventud. Esta preocupación no sólo concierne a los expertos, sino que forma parte de las responsabilidades de gobierno de una nación, de la formación en el núcleo familiar, de un ambiente de convivencia sana en el vecindario, de la responsabilidad asumida por los medios de comunicación y de la consciente guía hacia una salud mental en la escuela y en los espacios de trabajo y estudio en general.